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Sebastián de Belalcázar: ¿Héroe o villano?

Actualizado: 6 feb 2022

Repaso histórico de la figura del conquistador belalcazareño y análisis crítico de los hechos ocurridos en Popayán (Colombia), donde recientemente se ha derribado una estatua suya con motivo de una manifestación por los derechos indígenas.



Retrato Sebastián de Belalcázar
Retrato idealizado de Sebastián de Belalcázar, según consta en la obra "Colección de Documentos Inéditos relativos al Adelantado Capitán Don Sebastián de Benalcázar 1535 - 1565".

La figura de nuestro célebre paisano Sebastián de Belalcázar (Belalcázar, 1490 – Cartagena de Indias, 1551) ha saltado a la palestra esta semana debido al violento derribo de una estatua en su honor ubicada en Popayán (Colombia), ciudad que él mismo fundó el 13 de enero de 1537, hoy capital del Departamento del Cauca.


El suceso tuvo lugar el pasado jueves, cuando indígenas de la comunidad Misak se manifestaban en protesta de los violentos asesinatos que desde hace un tiempo vienen ocurriendo en la zona, que acusan de selectivos y racistas. Un grupo de manifestantes se desvió posteriormente hacia el Morro del Tulcán, donde se encontraba ubicada la estatua, y su exaltación acabó desembocando en el derribo de la misma –con la sorprendente connivencia de la policía allí presente–, símbolo según los organizadores de la supremacía racial y de las figuras esclavistas y coloniales que ocuparon la región, reivindicando así la memoria de sus ancestros.


Desde nuestra Asociación, pese a comprender el sentimiento que la figura de nuestro paisano conquistador pueda comportar en algunos, y por supuesto compartir el movimiento antirracista desatado en los últimos tiempos a lo largo y ancho del mundo, denostamos el comportamiento vandálico y condenamos la violencia de este incívico acto.

No obstante, como Asociación Cultural que somos, interesada particularmente en la difusión del patrimonio histórico de nuestra localidad, deseamos aprovechar la circunstancia para hacer un repaso sereno a la figura de nuestro celebérrimo paisano.



Sebastián de Belalcázar: Historia de un conquistador

Quizá ensombrecido por otras figuras coetáneas de la talla de Hernán Cortés o Francisco Pizarro, Sebastián de Belalcázar fue conquistador de Panamá, Nicaragua y Perú, descubridor del Reino de Quito y gobernador de Popayán, además de fundador de más de una veintena de ciudades, algunas tan importantes como Quito (1534) y Guayaquil (1535) en Ecuador, así como Cali (1536) y Popayán (1537) en Colombia.

Nacido en Belalcázar en el año 1490 –como fecha más probable– en el seno de una humilde familia de labriegos, su nombre completo fue Sebastián Moyano Cabrera; aunque como recuerdo de su población natal, tuvo a bien incorporar el nombre de Belalcázar a la historia de América, sustituyendo su apellido paterno por el de su localidad de origen, pasando así a formar parte de la historia como Sebastián de Belalcázar.

Juan de Castellanos, en sus Elegías de varones ilustres de Indias le dedica más de ocho mil versos en diez cantos. En su parte III, Elegía a Benalcázar, dice:

Fue liberal, modesto y apacible,

Amigo de virtud y nobleza,

En los rencuentros de vigor terrible

Jamás en él se conoció flaqueza,

A pie brioso todo lo posible,

A caballo grandísima destreza;

Hombre mediano, pero bien compuesto,

Y algunas veces de severo gesto.

Si bien la mayor parte de su juventud es desconocida, las crónicas más literarias narran que decidió huir a corta edad por miedo a las represalias de su hermano mayor después de matar a palos a un burro que se atrancó cuando iba cargado de leña y que utilizaba su familia como herramienta de trabajo. Deambuló entonces por Andalucía hasta terminar en Sevilla, desde donde según refieren las crónicas, cruzó el Atlántico en 1507, desembarcando en La Española. Volvió a la península Ibérica y luego regresó a América, donde participó en la expedición capitaneada por Pedro Arias Dávila, con rumbo a la región del Darién. Asimismo, cumplió labores de guía en el istmo de Panamá, presenciando la fundación de la Ciudad de Panamá (1519), donde se enriqueció como agricultor y ganadero.

A las órdenes de Francisco Fernández de Córdoba, el capitán Belalcázar colaboró en 1524 en el proceso de conquista de Nicaragua. Esa fue asimismo la fecha en que se fundó la ciudad de León, donde ejerció como alcalde, sembrando su sangre en el mestizaje con una o más nativas. A la muerte de Pedro Arias Dávila a los 91 años, gobernador de Nicaragua, nuestro hombre aguardaba la esperanza de sucederle tras años trabajando para él actuando de apagafuegos con continuas idas y venidas por Centroamérica, pero la designación de otro para el cargo cayó como una losa sobre él, que brillaba más por sus cualidades militares que como gestor. O al menos así le veía la Corona.

Decepcionado por los años perdidos, vendió todas sus posesiones panameñas en 1532, con las que compró dos barcos y reclutó a 60 hombres, comenzando así la parte sustancial de su aventura al alistarse en la expedición conquistadora de Francisco Pizarro, a quien había conocido en el Darién y con quien había entablado una buena amistad.

Pizarro, Almagro y Belalcázar vivieron experiencias de gran dureza en el Perú. Al mando de la caballería, el belalcazareño luchó en la batalla de Cajamarca contra el gigantesco ejército del inca Atahualpa. Con el botín obtenido en esta campaña bien podría haber vivido cómodamente en España o en cualquiera de las nuevas ciudades fundadas por Pizarro en Perú, pero su afán por más aventura condenó al conquistador a una interminable vida de glorias y sombras.


Óleo de Juan Lepiani que representa la captura de Atahualpa en Cajamarca el 16 de noviembre de 1532.
Óleo de Juan Lepiani que representa la captura de Atahualpa en Cajamarca el 16 de noviembre de 1532.

De este modo, emprendió su camino al norte del Perú en búsqueda de más oro llegando a Piura con el cargo de teniente gobernador, y más adelante, emancipado y ya con sus propios hombres, decidió poner en marcha una expedición hasta Quito, que tomó tras una dura batalla con el caudillo inca Rumiñahui, quien incendió la ciudad y saqueó el oro de todas sus dependencias hacia los Andes antes de su claudicación.

Retrato del bravo caudillo quiteño Rumiñahui abatido por Sebastián de Belalcázar. Ilustración de Pepi Medina, con inspiración en el monumento erigido al inca junto al Colegio Mayor Guadalupe de Madrid.

Trasladando su ubicación, el 6 de diciembre de 1534 llevó a cabo la fundación de San Francisco de Quito sobre las ruinas de la anterior, en nombre del rey Carlos I de España. Así lo narraba Juan de Castellanos:


A Quito dirigieron su carrera,

Y comenzaron á fundar apriscos

El día del seráfico Francisco,

Año del treinta y cuatro con los cientos

Quince, que cuenta religión cristiana,

Donde se pregonaron mandamientos

Del rey de monarquía soberana,

Tomando posesión de los asientos

Ganados por la gente castellana,

Dando de san Francisco nombradía

A causa de llegar el mismo día.


Obedeciendo el protocolo de la conquista, Sebastián de Belalcázar dispuso la exploración del nuevo territorio. Huella montañas, tierras despobladas, cenagosas y frías, camina por los valles del Cauca, Magdalena, Patía y Sibundoy, remonta los ríos Guayas y Xamundi, busca El Dorado, mítica tierra rica en oro, combate contra orejones, yanacoyas, paeces, pijaos… En la ruta de Quito a Popayán conquista Otavalo y puebla Pasto, y siguiendo la nueva vía descubre el valle de Sibundoy. Ese impulso colonizador se advierte en el mapa de nuevas fundaciones, fundando entre otras: Santiago de Guayaquil (1535), Santiago de Cali (1536), Popayán (1537), Timaná (1538) y Neiva (1539).


Ruta y conquista de Sebastián de Belalcázar
Ruta y conquista de Sebastián de Belalcázar. Fuente: Wikipedia

Tras su encuentro con Jiménez de Quesada en 1539, se mantuvo junto a este durante la entrada en Santafé de Bogotá, y también embarcaron a un tiempo rumbo a España, adonde viajaron para establecer la legalidad de sus derechos como conquistadores.

Y alcanza su premio, el emperador le concede las credenciales para crear, separada de la jurisdicción de Pizarro, la gobernación de Popayán, cuyas provincias comprendían lo que a lo largo de la historia formaron los departamentos de Nariño, Cauca, Valle, Huilla, Caldas y casi toda Antioquia. Belalcázar fue nombrado Gobernador y Capitán General de estos territorios con título de Adelantado.

Mas el brillo se ensombrece con la rebelión de su lugarteniente Jorge Robledo, que pretendió establecerse como gobernador de Antioquia. Sebastián se reviste de autoridad y lo ajusticia promediándole la ejecución, pero la tranquilidad no le llega. Comienzan de igual modo las luchas de poder, guerras y asesinatos entre las grandes familias de los conquistadores, incluyendo la Gran Rebelión de Encomenderos de 1544 contra la Corona española, en protesta por la dación de las Leyes Nuevas, que pretendía mejorar las condiciones de los indígenas de la América española, brindándoles una serie de derechos. Sebastián de Belalcázar, aun evitando tomar partido inicialmente y centrándose en su gobierno, tuvo que acabar entrando en batalla en varias ocasiones, aunque siempre manteniendo su fidelidad a la Corona.


Esta sincera y reiterada lealtad no fue muestra suficiente, viéndose inmerso en un juicio para demostrar si había sido (o no) fiel a la Corona. Acusado de graves abusos de poder por la viuda de Jorge Robledo, el juez Briceño le condenó in absentia a la pena de muerte, sin atender a los hechos tanto como a los rumores, por delitos que iban desde haber robado parte del oro destinado al Rey como a la ejecución de uno de sus subordinados. Pese a que Belalcázar obtuvo el derecho de apelación ante el Consejo de Indias y navegó por el Magdalena para intentar embarcar en Cartagena de Indias rumbo a España, el viaje lo hizo ya muy enfermo y fatigado, venciéndole la enfermedad durante el mismo y no llegando a embarcar en el buque Santa Clara, que le debía traer de vuelta a España para defenderse de las acusaciones.


Dibujo de Sebastián de Belalcázar
Dibujo de Sebastián de Belalcázar cuando ya disponía de una más avanzada edad.

Encontró así su muerte en 1551, dando sepultura a su cuerpo en la catedral de Cartagena de Indias y dejando establecido en su testamento que allí podía quedar en depósito hasta que sus herederos trasladaran los restos al lugar que eligieren en su gobernación. Castellanos da a conocer la inscripción que sobre su tumba pusieron:

Yace Benalcázar fuerte

En esta terrestre cama

Que cubre la frágil trama;

Pero no pudo la muerte

Encubrir su buena fama.

Fue de los hados rendido,

Y á la injuria sometido

De mudanzas temporales;

Mas sus hechos fueron tales

Que no merecen olvido.


Sebastián de Belalcázar: ¿Héroe o villano?


Sobre su calidad humana existen juicios diferentes, según los diversos autores que lo juzgan. Alberto Carvajal recoge las opiniones de varios cronistas que, como dice, fundados en informaciones exageradas de apasionados acusadores, escribieron aberraciones sobre él.


Sebastián de Belalcázar. Retrato de Eladio Sevilla
Sebastián de Belalcázar. Retrato de Eladio Sevilla

Fray Marcos de Niza fue capellán en la expedición de Sebastián de Belalcázar durante la conquista de Quito y quiso imponerle criterios particulares a Belalcázar, a lo que este no accedió. Fray Marcos de Niza se fue de Quito por tal motivo y comenzó a escribir cosas terribles sobre él. Alonso de Palomino fue otro resentido más contra el belalcazareño por no haberle nombrado jefe de vanguardia en la conquista de Quito, en lugar de Juan de Ampudia, por lo que escribió sobre el conquistador todo lo mal que quiso atribuyéndole muchas barbaridades. Fray Bartolomé de las Casas utilizó los escritos de ambos para hacer su juicio particular y tildar de cruel a Sebastián de Belalcázar. Pero, ¿quién podría considerarse totalmente irreprochable? Tengamos en cuenta que el propio padre de Las Casas se entregaba con desmesurada pasión a la defensa del indio; pues, como dice Fernando Savater [SAVATER, Fernando. El País, suplemento Babelia, 7 de marzo de 1992, p. Libros/17], su padre le había regalado un esclavo indio cuando era adolescente, y después, separado de él, lo buscó incansablemente por el Nuevo Mundo.

Esta apasionada defensa del indígena no la promulgaba de igual manera para con los negros, de los que llegó a tener varios a su servicio, si bien lamentó que había intentado reparar una injusticia con otra peor. Juan Ginés de Sepúlveda, ilustre hijo de Pozoblanco, capellán y cronista oficial de Carlos V, mantuvo con Bartolomé de Las Casas una profunda controversia sobre los fundamentos jurídicos de la conquista del Nuevo Mundo y un gran debate en la célebre Junta de Valladolid, que enfrentó dos formas antagónicas de concebir la conquista de América, interpretadas románticamente como la de los defensores y la de los enemigos de los indios. En ella, Bartolomé de Las Casas acusa a Ginés de Sepúlveda de defensor del exterminio de los indios, cuando Sepúlveda dice en su Epistolario que a los indios de América no se les debe privar de sus bienes ni reducirlos a esclavitud, sino atraerlos mansamente.

En cuanto a las terribles acusaciones vertidas por los testigos en el juicio, y que ya hemos descrito, está por comprobar la veracidad de las mismas. Francisco Terán escribe: “mientras no se conozca el proceso íntegro, sería aventurado emitir juicio certero alguno sobre las tremendas acusaciones. Que hubo extremada pasión en la formulación de tales cargos, es indudable” [TERÁN, Francisco. Los hijos de D. Sebastián de Benalcázar, p. 45], y sigue este autor refiriéndose a la falta de muchos datos de tal proceso que no se han investigado. Si esa investigación algún día se culminara podríamos juzgar más acertadamente la calidad humana de Sebastián de Belalcázar.

Es pues, acusado de cruel por algunos y ensalzado de forma virtuosa por otros.

La cara opuesta viene aportada por otros cronistas y testigos. El padre Juan de Velasco lo defiende y califica de “valeroso, prudente, sagaz y nada cruel con los indianos”. Juan de Castellanos, cronista que como hemos dicho recogió testimonios de varios testigos, no tiene a lo largo de sus cantos ningún reproche a la conducta de Belalcázar, todo lo contrario, le califica de “amigo de virtud y nobleza”.

Es pues, acusado de cruel por algunos y ensalzado de forma virtuosa por otros. Es cierto que las crueldades cometidas por sus subalternos Ampudia, García de Tovar, Puelles y Añasco se las atribuyeron a él. Realmente no se le debe excluir, como jefe de ellos, de la total responsabilidad, máxime cuando existen citas de que solía ser demasiado complaciente con el comportamiento de sus hombres con los nativos. Sin embargo, Sebastián de Belalcázar no era sino uno más de los que se veían arrastrados a actuar con la crudeza a la que, a veces, les conducía el duro proceso conquistador, pudiendo considerarse simplemente como un hombre de su tiempo. Se dice que en la pelea era de vigor terrible, por lo que puede deducirse su fiereza en combate, pero también consta que amaba la paz y la imponía. A lo largo de su historia se detectan indicios de su comprensión para con el indio. Él siempre tuvo por mujer a una india o a más de una.

Sea como fuere, el nombre de Belalcázar se prodigó como apellido en su descendencia, ya que hijos y nietos consideraron que les daba prestigio. Y más tarde, no menos de diez próceres colombianos llevaron sangre de Sebastián de Belalcázar: los Pombo y Ante, los Ortiz, los Ulla, los Quijano, los Caldas, los Torres o los Caicedo. Todos hicieron honor a la sangre que llevaban y se destacaron por su amor a la libertad de América. Camilo Torres y el insigne sabio Francisco José de Caldas fueron fusilados en 1816 con motivo de esta lucha.


El nombre de Belalcázar se prodigó como apellido en su descendencia, ya que hijos y nietos consideraron que les daba prestigio.

No queda olvidado este ilustre belalcazareño en méritos a su historia, criticada esta por algunos pero admirada por otros. A Sebastián de Belalcázar se le han tributado homenajes y recuerdos en su memoria a lo largo de los tiempos en diversos lugares, llevando su nombre o efigie varias emisiones de billetes, sellos, calles, estatuas y bustos repartidos por el mundo.


Billete de diez sucres con la efigie de Sebastián de Belalcázar emitido por el Banco Central de Ecuador.

La estatua de Popayán

La escultura ecuestre dedicada a Belalcázar es un monumento de carácter popular realizado por el artista español Victorio Macho bajo encargo del presidente colombiano Eduardo Santos en 1936, que solicitó dos estatuas, una para Cali y otra para Popayán, principales ciudades fundadas en Colombia por el famoso conquistador cordobés, con motivo del IV centenario de su fundación.


Morro del Tulcán, en cuya cúspide fue colocada la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar (Fuente: @754Vidal)

El contrato se firmó en Madrid pocos días antes del inicio de la Guerra Civil Española por 65.000 pesetas y, pese a que los trabajos se iniciaron en Valencia –donde fue trasladado el escultor en medio de la contienda por el gobierno de la República–, se finalizaron en París en los talleres de Rudier, los mismos en los que solía trabajar Rodin.


El proyecto original ideado por el poeta Guillermo Valencia contaba con la colocación de dos monumentos: uno a Sebastián de Belalcázar y otro al Cacique Pubén

La estatua de Sebastián de Belalcázar viajó a Colombia junto con su escultor, que fue invitado por el presidente para dirigir el montaje del monumento en el paraje conocido como el Morro del Tulcán, lugar en el que las autoridades de la época decidieron colocar el bronce en la cúspide del cerro, ubicación con la que no estaba de acuerdo el artista por situarse sobre uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la ciudad. Y es que no se trata de una colina natural, sino de los restos colmatados de un montículo de adobe y tierra construido por los indios pubeneses, primeros pobladores de Popayán, a modo de pirámide en la que realizar actos y ofrendas religiosas.


El proyecto original con el que se pretendía conmemorar la cita histórica del IV centenario de la fundación de la ciudad, contaba con la colocación de dos monumentos, según había ideado el reconocido poeta local Guillermo Valencia. El primero sería la citada estatua ecuestre de Sebastián de Belalcázar, encargada al escultor español Victorino Macho. Y el segundo, el monumento al Cacique Pubén, a cargo del escultor colombiano Rómulo Rozo. En el cerro debía ir la estatua del Cacique y en la plazoleta de San Francisco la estatua del colonizador español. No obstante, en la cima del Morro fue ubicada la imagen de Belalcázar y el monumento del cacique desapareció en medio de las disputas de la época y de una cierta controversia.


El Cacique Pubén fue un líder destacado de la tribu precolombina de los pubeneses, de la que se consideran descendientes directos los Misak, y de cuyo hijo Payán deriva el vocablo que dio nombre a la ciudad en tiempos de la conquista. El nombre fue asumido del jefe o cacique de la región, Pioyá, pronunciado Payán por los intérpretes Yucatecos que los conquistadores traían con ellos, al que estos agregaron la voz maya -quiche- "Pop" o gran señor, para indicar su jerarquía. Es decir, que Popayán deriva del sonido "Pop-Pioyá-n" o “Gran Cacique Payán”.


En el cerro debía ir la estatua del Cacique y en la plazoleta de San Francisco la estatua del colonizador español.

En cualquier caso, este hecho fue tomado por algunos como una reapropiación del cerro sagrado por la herencia española y un nuevo desprecio a la cultura indígena.


Reflexión final

Intentar juzgar un monumento con las motivaciones políticas actuales es tan absurdo como intentar juzgar hechos ocurridos en la edad media con las leyes y la moralidad de hoy en día.


Juicio simbólico de la comunidad Piurek a Sebastián de Belalcázar realizado el pasado 25 de junio de 2020 por el que se le declara culpable de genocidio, despojo, acaparamiento de tierras, desaparición física y cultural de los pueblos indígenas locales y tortura.

En primer lugar hay que preguntarse cuándo y por qué se erigen las estatuas. Resulta evidente que esa escultura no fue colocada en la época del Imperio Español ni mucho menos lleva allí desde tiempos del conquistador, por lo que no puede considerarse un elemento opresor de un régimen impuesto por la fuerza. Lo que esa estatua nos explica es cómo era la propia sociedad colombiana de 1937 y cómo su propia ciudadanía, orgullosa posiblemente de su longeva historia, escogió erigir un monumento a su fundador con motivo de las celebraciones del IV centenario de su creación.


El derribo de una estatua en los tiempos modernos no deja de ser una performance que permite viralizar el acto, aparecer en informativos y alcanzar cotas de difusión para la reivindicación de otra forma imposibles.

Está claro que ni esa estatua, ni ninguna otra, legitima ni da continuidad en el presente a los valores supremacistas que pudieran predominar hace cinco siglos y que no tienen cabida en la actualidad, pero, por otro lado, tampoco se derriban estatuas por el mero hecho de serlo. En Europa no suelen destruirse estatuas de Augusto u otros emperadores romanos, por más que los mismos llevaran a cabo campañas de conquista, impusieran sus cultos y exclavizaran al personal, tal y como pudo pasar en época de la conquista española. Los pueblos atacan los símbolos que representan su opresión en el presente. Y en el caso de las comunidades indígenas de América, resulta fácil trazar la pérdida de sus poderes y tierras ancestrales hasta la conquista de América, no siendo para ellos simple historia, sino que ese pasado se mantiene muy presente.


Estatua de Sebastián de Belalcázar derribada en Popayán (Colombia) por miembros de la comunidad Misak.
Estatua de Sebastián de Belalcázar derribada en Popayán (Colombia) por miembros de la comunidad Misak.

La guerra, pues, no debe ser entendida contra “el conquistador”, “el esclavista” o “el invasor español” del pasado, sino que debe focalizarse contra las clases sociales actuales del propio país que puedan seguir tolerando el abuso de poder, que no respeten la diversidad o que directamente sean herederas culturales de ciertos valores supremacistas.


La pluralidad es la absoluta riqueza de nuestra sociedad, cincelada durante milenios de mestizaje, tanto étnico como cultural.

El derribo de una estatua en los tiempos modernos no deja de ser una performance que permite viralizar el acto, aparecer en informativos y alcanzar cotas de difusión para la reivindicación de otra forma imposibles. No obstante, la vía nunca debe ser la violencia, sino la mediación y el diálogo. Las estatuas, como la sociedad, pueden ser cambiantes: pueden reubicarse, reinterpretarse, resignificarse, pero también recomponerse cuando se destruyen volviéndolo a dejar todo igual. Lo importante siempre es comprender los motivos de su creación y aprender la historia que representan para poder acometer los cambios pertinentes futuros. El estudio y el conocimiento es lo que debería llevarnos a un juicio más sereno, capacitado e intelectual, aprendiendo que hay puntos de vista para todo y que la pluralidad es la absoluta riqueza de nuestra sociedad, cincelada durante milenios de mestizaje, tanto étnico como cultural.







Diferentes repercusiones mediáticas de representantes electos del pueblo colombiano a raíz de los hechos ocurridos el pasado jueves en Popayán.


Por todo ello, desde nuestra Asociación Cultural no hemos querido perder la oportunidad de recordar la historia de uno de los personajes más relevantes del pasado de nuestra localidad, difundiendo el conocimiento de su figura y lanzando un mensaje conciliador entre pueblos que consideramos hermanos.


Escudos de Popayán y de Belalcázar, respectivamente.

Es por eso que desde este foro, lanzamos la propuesta a la Alcaldía de Popayán y al Ayuntamiento de Belalcázar de hermanar formalmente ambas localidades, para lo que invitamos a ambos consistorios a tomar las acciones necesarias para llevar a cabo esta acción, emitiendo con ello un mensaje conciliador y de reividicación por la unión entre los diferentes pueblos y culturas del mundo con dos localidades que, aun distanciadas por miles de kilómetros, entroncan un pasado común y desean caminar juntas hacia el futuro.




Javier González Calderón

para Asociación Cultural de Historia y Arqueología Turdulia Belalcazarensis

 

Agradecimiento especial a los trabajos personales de Joaquín Chamero Serena, entregados como fundamento de la base histórica utilizada para la realización de este artículo.

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